10 de Febrero.

Escolástica, hermana gemela de San Benito, se consagró al Señor desde la infancia. Vivió a la sombra de su hermano, padre del monaquismo occidental, y fue la primera monja benedictina y fiel intérprete de su Regla monástica.

Nacida en Nursia (Italia) en el año 480, fue alumna dócil de Benito, de quien aprendió tan bien la sabiduría del corazón, que superó a su maestro, según narra San Gregorio Magno en sus Diálogos, único texto que se refiere a la vida de esta santa.

La vocación religiosa siguiendo las huellas del hermano

Escolástica, hija de Eutropio, descendiente de la antigua familia senatorial romana de los Anicii, y de Claudia, que falleció tras dar a luz a los gemelos, fue enviada a Roma junto con su hermano a los 12 años de edad. Ambos quedaron profundamente turbados al ver la vida disoluta que reinaba en la ciudad.

Después de un tiempo, Benito se retiró para vivir como ermitaño. Escolástica quedó como única heredera del patrimonio familiar; pero, manifestando gran despego de los bienes terrenos, pidió a su padre permiso para dedicarse a la vida religiosa, entrando en un monasterio cerca de Nursia, y trasladándose después a Subiaco, en pos de su hermano, que había fundado la Abadía de Montecasino.

Allí, a solo siete kilómetros de distancia, fundó el monasterio de Piumarola, en el que siguió la Regla de San Benito junto a otras monjas, dando así origen a la rama femenina de la Orden Benedictina.

La regla del silencio

Escolástica solía recomendar especialmente la práctica de la regla del silencio, evitando conversaciones con personas ajenas al monasterio, incluso si se trataba de visitantes devotos. Solía repetir: “Callad o hablad de Dios, porque ¿qué es en este mundo tan digno como para hablar sobre ello?” Amaba hablar de Dios sobre todo con su hermano Benito, con el que se reunía una vez al año en una casita a mitad de camino entre los dos monasterios.

El desafío con Benito

Cuenta San Gregorio que en el último de estos encuentros, el 6 de febrero del año 543 –poco antes de su muerte- Escolástica pidió a su hermano que prolongasen su coloquio hasta el día siguiente. Benito se opuso, para no infringir la Regla. Entonces, Escolástica rogó entre lágrimas al Señor que no permitiese partir a su hermano. Enseguida, un inesperado y violento temporal obligó a Benito a quedare, de modo que los dos hermanos pudieron conversar toda la noche.

Sin embargo, la primera reacción de Benito fue de contrariedad: “Dios Omnipotente te perdone, hermana. ¿Qué has hecho?” Escolástica respondió: “Yo he rogado, y Él me ha escuchado. Ahora sal, si puedes; déjame y regresa al monasterio”.

Esta victoria de la hermana no disgustó al hermano, porque precisamente él le había enseñado a dirigirse, ante las dificultades, a Aquel para quien todo es posible.

Destacan en este episodio las dotes femeninas de Escolástica, la dulzura, la constancia y también la audacia para obtener lo que deseaba ardientemente.

Unidos en Dios en vida y en la muerte

Tres días después de este encuentro, Benito recibió la noticia de la muerte de su hermana mediante un signo divino: vio el alma de Escolástica subir al Cielo en forma de paloma blanca. Quiso entonces enterrarla en la tumba que había preparado para sí mismo, y en la que fue sepultado poco después. “Como sus mentes habían estado siempre unidas en Dios, del mismo modo sus cuerpos fueron reunidos en el mismo sepulcro”.

Quien llega hoy –tras quince siglos de historia- a la majestuosa Abadía de Montecasino, puede vivir la emoción de encontrarse ante la tumba de los Santos hermanos que fundaron una fecunda Orden de buscadores de Dios.