A siete años de la visita en la isla, se hace todavía más urgente el llamado de Papa Francisco en aquella ocasión a sentirnos y vernos como hermanos los unos de los otros. En la era de la postpandemia, no hay posibilidad de salvarse solos, la fraternidad es el único camino para construir el futuro.

“¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros”. Han pasado siete años desde la visita del Papa Francisco a Lampedusa y de aquella pregunta dirigida a la humanidad en la Misa celebrada en el campo deportivo de la isla en el corazón del Mediterráneo. Un viaje de unas pocas horas pero que ha sido de algún modo “programático” para el Pontificado. Allí, en el extremo Sud de Europa, Francisco ha mostrado que quiere decir cuando habla de “Iglesia en salida”. Ha hecho visible la afirmación que la realidad se ve mejor desde las periferias que desde el centro. En medio a los migrantes fugitivos de la guerra y la miseria, nos ha hecho experimentar su sueño de una “Iglesia pobre y para los pobres”. En Lampedusa, por otro lado, hablando de Caín y Abel, ha puesto también en primer plano la cuestión de la fraternidad. Pregunta fundamental para nuestro tiempo. O quizás, de todos los tiempos.

Entorno al eje de la fraternidad gira todo el Pontificado de Francisco. “Hermanos” es precisamente la primera palabra que ha dirigido al mundo como Papa, la noche del 13 de marzo del 2013. La dimensión de la fraternidad está, si se puede decir, en el ADN de este Pontífice que ha elegido el nombre del Pobre de Asís, un hombre que para sí ha querido el único título de “fraile”, frater, justamente hermano. Fraterno es también el modo en el cual define su relación con el Papa emérito Benedicto XVI. Después de la firma de la Declaración sobre la Fraternidad Humana, esta figura del Pontificado aparece ciertamente más marcada y evidente a todos. Pero, sin embargo, recorriendo los primeros siete años del Pontificado de Francisco, se pueden encontrar varios hitos en el camino que ha conducido a la firma, junto con el Gran Imán de Al Azhar, del documento histórico en Abu Dhabi el 4 de febrero de 2019. Un camino que ahora continúa, porque ese acontecimiento en tierra árabe ha sido ciertamente un punto de llegada, pero también de un nuevo comienzo.

Volviendo a la “pregunta de Lampedusa”, es particularmente significativo que el Papa retoma las mismas palabras en otra visita fuertemente simbólica, aquella que realizó al Santuario militar de Redipuglia en el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial. También allí, en septiembre del 2014, vuelve a resonar con todo su dramatismo el diálogo entre Dios y Caín, después del asesinato de su hermano Abel. “¿A mí qué me importa? ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9). Para Francisco, en aquel rechazo de sentirse custodio de su hermano, de cada hermano, está la raíz de todos los males que sacuden a la humanidad. Esta actitud, subraya el Papa, “es exactamente la contraria a lo que nos pide Jesús en el Evangelio”, “quien cuida del hermano, entra en el gozo del Señor; quien en cambio no lo hace, quien con sus omisiones dice: ‘A mí que me importa?’, permanece afuera”. Con el correr del Pontificado, vemos que la común pertenencia a la fraternidad humana viene declinada en todo su multiforme dinamismo, pasando del terreno ecuménico al interreligioso, de la dimensión social a la política. Es el poliedro la figura que mejor representa el pensamiento y la acción de Francisco. De hecho, la fraternidad tiene muchas facetas. Tantas como cuantos son los hombres y las relaciones entre ellos.

Francisco habla de hermanos en el encuentro de oración y de paz en los Jardines Vaticanos con Shimon Peres e Abu Mazen. “La presencia de ustedes”, subraya dirigiéndose al líder israelí y al palestino, “es un gran signo de fraternidad, que realizan como hijos de Abram, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos el uno del otro y desea conducirnos por sus caminos”. En el nombre de la fraternidad, vivificada por la fe común en Cristo, se realiza también el encuentro, impensable hasta hace unos años, del Obispo de Roma con el Patriarca de Moscú, evento bendecido por el Patriarca de Constantinopla, el hermano Bartolomé I. En Cuba, Francisco y Kirill firman un documento común que, en su íncipit, subraya: “Con alegría nos hemos encontrado como hermanos en la fe cristiana que se encuentran para ‘hablar a viva voz’”. Fraternidad es también la palabra clave que nos permite decodificar uno de los actos más fuertes y sorprendentes del Pontificado: el gesto de ponerse de rodillas para besar los pies de los líderes de Sudan del Sur convocados en el Vaticano para un retiro espiritual y de paz. “A ustedes tres, que han firmado el Acuerdo de paz –dice el Papa con palabras sinceras- les pido como hermano, permanezcan en la paz. Se los pido con el corazón. Sigamos adelante”.

Si la Declaración de Abu Dhabi fue como el florecimiento de semillas plantadas al inicio y a lo largo del Pontificado, ciertamente “el cambio de época” que estamos viviendo, acelerado por la pandemia, hace imprescindible asumir la responsabilidad respecto a la cuestión de la fraternidad humana. “¿Dónde está tu hermano?” Esta pregunta-llamamiento, planteada en la soleada mañana del 8 de julio del 2013, es hoy “la” pregunta. El mundo, convencido de poder hacerse por sí mismo, de poder seguir adelante en la lógica egoísta del “siempre se ha hecho así”, en cambio se ha encontrado caído en tierra, incrédulo e impotente delante a un enemigo invisible e evasivo. Y ahora tiene dificultad para ponerse de nuevo en pie, porque no encuentra una base para sostenerse. Esta base, nos repite Francisco, es la fraternidad. Allí están los únicos fundamentos sobre los cuales construir una casa sólida para la humanidad.

El coronavirus ha mostrado dramáticamente que, por diferentes que sean los niveles de desarrollo entre las naciones y los ingresos dentro de las naciones, somos todos vulnerables. Somos hermanos en la misma barca, agitada por las olas de una tempestad que golpea a todos indiscriminadamente. “Con la tempestad, –afirma el Papa bajo la lluvia el 27 de marzo en la Plaza San Pedro vacía- se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”. Esto es lo que puede despertar nuestra conciencia un poco anestesiada frente a las muchas “pandemias”, como la guerra y el hambre, que han golpeado a nuestras puertas, pero no nos han importado porque no han podido entrar en nuestra casa. “Hay otras tantas pandemias que hacen morir a la gente –ha recordado Francisco en la Misa de Santa Marta del 14 de mayo- y nosotros no nos hemos dado cuenta, miramos hacia otra parte”. Hoy como hace siete años en Lampedusa, el Papa nos dice que no debemos mirar hacia otra parte, porque si verdaderamente nos sentimos hermanos, miembros unos de los otros, la otra parte no existe. La otra parte somos nosotros.

Fuente: Vatican News