29 de Julio.

Lázaro y sus hermanas, Marta y María, eran amigos fraternos de Jesús de Nazaret. Vivían en Betania, a casi tres kilómetros de Jerusalén, y Jesús era a menudo su huésped.  El afecto que Jesús nutría por el amigo es testimoniado por las palabras que Marta y María mandan decirle llamándolo a la cabecera del hermano, registradas en el Evangelio de Juan: “Señor, el que tú amas está enfermo”. Y luego, a la llegada de Jesús, aparentemente tarde ya para salvarlo, “Si hubieras estado aquí”,  dice Marta, “mi hermano no habría muerto”. Pero también los testigos del episodio, notando la conmoción de Jesús y sus lágrimas ante el sepulcro cerrado del amigo, murmuran entre ellos “¡Cómo lo amaba!” (cf. Jn 11,3.21.36). Las referencias al afecto de Jesús por Lázaro han hecho retener a algunos plausible la identificación del “discípulo que Jesús amaba”, no con San Juan Evangelista (como es habitualmente aceptado), sino con el amigo Lázaro.

El episodio de la resurrección de Lázaro, que es narrado solamente en el Evangelio de Juan, tiene naturalmente un valor profético y simbólico, porque preanuncia la Resurrección de Cristo. La casa de Betania y el sepulcro vacío de Lázaro se convierten rápidamente, desde los primeros tiempos del cristianismo, en meta de peregrinaciones en la víspera del domingo de Ramos, como atestigua San Gerónimo, y en época medieval junto a la tumba de Lázaro habría sido fundado un monasterio que podía contar con la protección del mismo Carlo Magno.  ç