16 de Octubre.
Aunque si su noble figura se movía delicadamente dentro de un vestido de seda, y aún si coronaba su frente una elegante diadema con incrustaciones de rubíes, para Eduviges no era un problema acercarse a los necesitados y mostrarse caritativa. Proveer a los pobres era una práctica común para las mujeres nobles de la Edad Media. Para muchas, un gesto inspirado en un sincero impulso de piedad. Para otras, era solo un gesto formal dictado por una munificencia solo exterior. Pero ya sea que estas prácticas caritativas fueran realizadas por libre elección o por pura obligación, esas costumbres medievales eran una regla general, pero las reglas, incluso las del fuerte consenso social, estaban destinadas a ser rotas.
La riqueza de la pobreza
Efectivamente, la excepción tuvo un nombre: Eduviges, que alrededor de 1190 era una noble bávara que ya a los 16 años estaba destinada a contraer matrimonio con Enrique el Barbudo, heredero del ducado de la Baja Silesia. Desde el principio, la joven duquesa, que pronto sería madre (tendrá seis hijos), encarnó entre sus súbditos el más bello ideal de una reina: no será solo con la ropa material, sino con el terciopelo de su constante generosidad que Eduviges asistirá a las personas pobres y miserables. Se empeñará para construir refugios y hospicios para la gente que tenía poco o nada. Ella, aún siendo alemana, estaba tan cerca del pueblo que en su mayor parte era polaco, que aprendió su idioma y sobre todo era tan sobria en sus modos y costumbres que abandonó de una manera sin precedentes todos los cánones de la moda que su noble rango le imponía. Eduviges no se avergonzaba de vestir ropa usada, zapatos viejos y fajas de cargador. La duquesa no quería distinguirse de los pobres, porque los pobres -decía ella- son “nuestros patrones”.
La monja duquesa
Eduviges le compartió esta convicción a Gertrudis, la última de sus seis hijos y la única que le sobrevivirá. Los años que hasta entonces había vivido como esposa y madre habían sido turbulentos y atormentados. La duquesa, que apoyó fielmente a su marido en sus delicados deberes de gobierno, también vio morir jóvenes a los tres hijos y a dos de las tres hijas. Sus valores cristianos, mezclados con el rigor del tiempo que impedían las manifestaciones emotivas de sus penas, condicionaron a Eduviges para soportar muy fríamente el terrible dolor que la oprimía. Sin embargo, aunque no lloraba ni daba alguna muestra exterior en su sufrimiento, su estoico comportamiento no era sólo una cáscara vacía impuesta por los protocolos reales. Tenía en su interior el consuelo de la fe, de la oración intensa y diaria que con los años se transfomará en una clara atracción por la vida consagrada. En efecto, después de la muerte de su marido, para la viuda Eduviges era casi natural buscar y hallar un alivio en el monasterio cisterciense de Trebnitz, que ella misma fundó en 1202. La duquesa se consagró al Señor como monja y cuando murió, el 15 de octubre de 1243, nadie dudaba que una santa había concluído su luminoso camino sobre la tierra. Santa la proclamó Clemente IV en 1267.