15 de Marzo.
La vida de santa Luisa de Marillac puede encerrarse simbólicamente en este camino. “No” porque fue hija natural de un noble francés y, por ser ilegítima, no tenía derecho a títulos nobiliarios; “no” porque aspiraba a una vida consagrada desde joven, pero su petición de entrar en el convento fue rechazada; “no” porque no se casó por libre elección de amor, sino por convención. Y sin embargo, fueron todos estos “no” los que dieron lugar, en el alma de Luisa, a un “sí” lleno de verdadera convicción y de fuerza, un “sí” revolucionario para la época: el de la caridad femenina activa en el mundo, cercana a los pobres y necesitados, ya no encerrada en claustros y conventos.
La llamada vocacional
Nacida en Francia en 1591 de Luigi de Marillac, señor de Ferrières y consejero del Parlamento, la pequeña Luisa nunca conocerá a su verdadera madre. En 1595, su padre se casó en un segundo matrimonio y la niña, de sólo 4 años, fue confiada a las Hermanas Dominicas del Convento de Poissy, donde encontró un ambiente de amor y recibió una buena educación, no sólo humanística, sino también espiritual. De hecho, cuando alcanzó la mayoría de edad, Luisa sintió la llamada vocacional y pidió poder abrazar la vida monástica. Su petición, sin embargo, fue rechazada, debido a que su estado de salud era muy endeble.
El matrimonio impuesto
La elección del novio, que fue en realidad impuesta por las convenciones sociales de la época, recayó en Antonio Le Gras, secretario de la familia Medici. La boda se celebró en 1613, Luisa tenía sólo 22 años y poco después se convirtió en la madre del pequeño Miguel. A este punto, la joven madre Luisa sintió una profunda crisis en su corazón: la vida matrimonial no era su verdadera vocación y sufrió terriblemente. A pesar de ello, como esposa fiel y madre ejemplar, se dedicó a la familia con abnegación y espíritu de sacrificio. A pesar de haber cuidado siempre con gran atención a su marido, un día fue sorprendido por una grave enfermedad que lo llevaría a la tumba en 1626.
El encuentro iluminante con Vicente de Paúl
El día de Pentecostés de 1623, mientras la futura viuda estaba recogida en oración, Luisa tuvo una especie de clara iluminación: “Comprendí -escribió- que se acercaba el momento en que sí estaría en condiciones de hacer los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Comprendí que tendría que transferirme a otro lugar para poder ayudar a mi prójimo”. Al año siguiente, la futura santa conoció a quienes le permitirían poner en práctica su espíritu de ardiente caridad y su entrega total al amor de Dios que la impulsaba: Luisa conoció a Vicente de Paúl. A partir de ese momento, esta “pareja de Dios” permaneció indisolublemente unida por una bella amistad y en nombre del apostolado y del servicio a los últimos , a los excluidos y a los marginados.
El nacimiento de las Hijas de la Caridad
Vicente, un sacerdote dinámico y creativo, organizó en París y en los pueblos de alrededor las “Cofradías de la Caridad”, compuestas por voluntarias generosas deseosas de ayudar a los más necesitados. Y Vicente confía estas jóvenes voluntarias precisamente a Luisa, para que fueran formadas y acompañadas por ella en todo lo que se refiriese a los servicios materiales y espirituales de los cuales tenían tanta necesidad. Luisa dice “sí” a este proyecto innovador y el 29 de noviembre de 1633 las “Hijas de la Caridad” cobran vida oficialmente, es decir, religiosas consagradas sin clausura, pero que – en palabras de Vicente – “tienen por monasterio las casas de los enfermos, por celda una habitación de alquiler, por capilla la iglesia parroquial, por claustro las calles de la ciudad”. Y que tuvieron también por maestra y ejemplo a Luisa de Marillac, quien se dedicó totalmente a la misión de hacer experimentar a estas jóvenes que servir a los pobres era lo mismo que servir a Cristo, porque los pobres y Cristo eran la misma realidad.
Servicio humilde y compasivo
El estilo de las “Hijas de la Caridad” será, por lo tanto, el de un servicio humilde, cordial y compasivo. Un servicio que llegará a todas partes: con sus mochilas llenas de comida, ropa y medicinas sobre los hombros, las jóvenes caritativas van a las calles de París, a los suburbios, hospitales, prisiones, campos de batalla y escuelas donde los pequeños aprenden no sólo a escribir y hacer cuentas, sino también a conocer y amar a Dios.
“No tengáis ojos ni corazón sino para los pobres.”
Por otra parte, Luisa nunca escatimó esfuerzos: en cada gesto, en cada oración, ponía tanta devoción que Vicente de Paúl exclamó: “¡Sólo Dios sabe qué fuerza de ánimo tenga! Pero los años pasaron y las fuerzas de Marillac, que de por sí ya eran precarias, se fueron extinguiendo. A principios de 1660, Luisa advirtió que el fin estaba cerca, pero aún así no dejó de animar a sus Hijas: “No tengáis ojos ni corazón sino para los pobres”, recomendó. Su corazón, agotado por la fatiga, dejó de latir el 15 de marzo de 1660. Sin embargo, su obra apostólica no se detuvo y en la actualidad la Compañía de las “Hijas de la Caridad” cuenta con unas 3.000 casas y más de 27.000 hermanas en los cinco continentes.
Patrona de las obras sociales
Beatificada por Benedicto XV el 9 de mayo de 1920 y canonizada por Pío XI el 11 de marzo de 1934, Luisa de Marillac fue proclamada por Juan XXIII “Patrona de las obras sociales” el 10 de febrero de 1960. Sus restos descansan en la capilla de la Casa Madre de las “Hijas de la Caridad” en París, y una monumental estatua en su memoria se conserva en la Basílica de san Pedro.