29 de Diciembre.
“Acepto la muerte por el nombre de Jesús y por la Iglesia”. Cuando poco antes de morir, Tomas Becket pronuncia estas palabras se realiza una parábola extraordinaria de testimonio cristiano. Aquel que había sido un hombre de poder, habituado a mandar, muere como siervo de Cristo y mártir a fin de no renegar de la y de custodiar la libertad de la Iglesia Católica.
Hombre de Estado
Nacido en Londres en 1.118 de una familia de origen normanda, Tomas desde joven fue iniciado en la carrera eclesiástica. Formándose en la abadía de Merton, estudia seguidamente en Francia, en la universidad de Bolonia y se distingue inmediatamente por sus cualidades intelectuales. En 1.154 se convierte en diácono de de la diócesis de Canterbury y el año después, el nuevo rey de Inglaterra Enrique II lo nombra canciller del reino. Tomas es el hombre de más confianza del monarca, vive una vida agitada y no desdeña los símbolos y los privilegios de poder. Sin embargo el futuro santo no deja de ser generoso con los pobres y muestra una libertad interior también frente al soberano del que se convierte no solo en consejero, sino también en amigo.
Al servicio de la Iglesia
La conversión en la vida de Tomas Becket sucede en 1.161 cuando acepta ser el arzobispo de Canterbury. Aquel nombramiento es fuertemente apoyado por el rey Enrique II que jamás hubiera pensado encontrar un fuerte adversario en aquel que una vez era su más estrecho colaborador. Tomas es ahora servidor del Señor que es más grande que el rey de un Estado terreno. El contraste se acentúa cuando Enrique II quiere limitar la libertad y la independencia de la Iglesia católica en Inglaterra, con las Constituciones de Clarendon. A Tomas se le pide firmar la Carta para limitar las prerrogativas de la Iglesia, pero encuentra un baluarte insuperable en el nuevo arzobispo de Canterbury. La imposición viene rechazada con decisión: “En el nombre de dios omnipotente, no pondré mi sello”. El amigo de un tiempo se transforma así, a los ojos del rey, en acérrimo enemigo.
Mártir de la fe y de la libertad
Tomas conocerá la amargura del exilio: después de ser huésped en un monasterio cisterciense tendrá que repararse en Francia. Aquí permanecerá seis años lejos de su patria. Cuando regresa a su Canterbury encuentra la alegre recepción de los fieles, pero una aversión todavía más profunda de parte de la Corona. Se cuenta que un día Enrique II había exclamado que alguno lo liberara de aquel obispo incómodo. Una exhortación tomada de ña carta de cuatro caballeros que partieron de Londres hacia Canterbury. Tomas Becket fue asesinado bárbaramente a cuchilladas al interior de su catedral. Era el 29 diciembre 1.170. Si narra que a la pregunta de los asesinos “¿Dónde está Tomás el traidor?” Respondió: “Estoy aquí, pero no como traidor, sino como obispo y sacerdote de Dios”. La conmoción suscitada por este asesinato fue inmensa, más allá de los confines de Gran Bretaña, tanto que solo tres años después, el 21 febrero de 1.173, el Papa Alejandro III consagra su martirio elevándolo al honor de los altares.